Ianire de la Calva Ibarrondo (FeministAlde)
Que el Estado español es un Estado racista y machista no es algo que nos pille por sorpresa, las feministas llevamos siglos denunciándolo. Ambas son características intrínsecas de una forma organizacional heteropatriarcal y también del imaginario colectivo que dicha estructura genera.
Tanto es así que a raíz del terrible asesinato del niño almeriense Gabriel que ha movilizado a todo el país, se ha puesto el foco mediático en la raza y género de su culpable. La cobertura mediática que este caso está generando es más de diez veces mayor que otros infanticidios y las redes sociales se han convertido en un hervidero de agresiones alimentando en muchos casos el discurso xenófobo. El nivel ha llegado a tal extremo que la madre del propio niño ha tenido la valentía y la generosidad de realizar un llamamiento a la bondad en unas declaraciones en las que pide expresamente “que no se caiga en el odio ni se extienda la rabia”. Esto no es casualidad, ha ocurrido porque la asesina es mujer, negra y migrante.
Hace unos meses fue torturada y asesinada una niña racializada de ocho años llamada Naiara, pero el caso apenas tuvo repercusión, la sociedad no se sintió interpelada, los medios de comunicación apenas cubrieron la noticia, y esto tampoco es casualidad, la memoria en un Estado misógino y racista es selectiva.
El discurso del odio ha llegado a tal punto que se ha promovido una campaña racista a través de la plataforma Change.org (que espero dé explicaciones al respecto) en la que se promueve un mensaje xenófobo aludiendo a la raza y procedencia de la asesina y pidiendo su extradición. No ha ocurrido nada igual con otros infanticidas hombres blancos que son muchos más. Cuando se pide que todo el peso de la Ley caiga sobre la asesina, no se debe obviar que la justicia no es igual para todas y que recae y castiga más duramente a los sectores más discriminados y desprotegidos de la sociedad. Es redundar decir quiénes componen dicho sector en una sociedad racista y misógina.
Asociaciones como SOS Racismo o Afroféminas han tenido que solicitar que no se difundan más mensajes racistas y xenófobos en medios de comunicación, recordando cuál es el código deontológico de la Federación de Asociaciones de Periodistas en España para abordar este tipo de sucesos.
La oleada masiva y creciente de ataques furibundos me recuerda mucho a la película “La Ola” del alemán Die Welle y su experimento de la Tercera Ola demostrando que el discurso del odio es tan potente que sería factible regresar a un estado fascista.
Este año 2018 con la turbia prisión permanente revisable de telón de fondo se han sacado “casualmente” a la palestra más casos de lo habitual (actualmente hay 4000 desapariciones activas en el Estado Español). De este modo se ha creado una psicosis social que alimenta la sed de venganza, apelando a políticas carcelarias basadas en el castigo -y no en la reinserción- en vez de invertir en educar a nuestra sociedad para ser menos violenta y dedicar medios para evitar que se cometan más infanticidios.
Las feministas tenemos el compromiso político de denunciar estos casos en los que la raza y el género son dos componentes que avivan el odio. Ya se están produciendo ataques a compañeras racializadas en lo que es una criminalización perversa de todo un colectivo, reforzando además el relato de que la población migrante es “el otro” y está asociada a todo tipo de valoraciones negativas.
El miedo y el -justificado- dolor no pueden llevarnos a la irracionalidad, a la falta de análisis crítico, a alimentar la venganza ni a impulsar discursos racistas, xenófobos, machistas ni homófobos. En lugar de hablar de la cadena perpetua y la pena de muerte, ¿por qué no hablamos de cómo proteger a los niños y niñas de los malos tratos, los abusos, las violaciones y los asesinatos?
Fueron siete los Infanticidios en el Estado español el año pasado: Aramis, Paula, Naiara, (nombre no conocido), Lucía, Sharita y Maya ¿cuántos de estos nombres recordáis? El de Gabriel en 2018 seguro que lo recordaréis mucho tiempo. Ojalá todos los niños y niñas asesinadas fueran recordadas como Gabriel, pero desde el sentido de la justicia y de la búsqueda de una sociedad igualitaria que garantice a los niñes su derecho a vivir vidas libres de violencia.
Es imprescindible la responsabilidad colectiva, el compromiso feminista antirracista y la denuncia del tratamiento mediático para no instrumentalizar un crimen y no sumar más odio y más dolor del que ya conlleva cualquier infanticidio.