Tere Maldonado, Berria (Trad. FeministAlde)
No podemos negar que las cosas ya no son como eran antes, times are changing, tal y como cantaba Bob Dylan hace medio siglo largo. Tanto en nuestras vidas privadas como en la convivencia colectiva. En las relaciones personales como en las laborales. En el deporte como en el arte. En la educación como en el periodismo. En la actividad política como en la militancia. Y en esta última precisamente quiero detenerme.
Antes, cuando no conocíamos la palabra “activismo” sólo hablábamos de militancia. Se puede pensar que son casi sinónimos. Puede ser. Yo, en cambio, considero que tienen matices y connotaciones diferentes. A algunas personas no les gusta la palabra militancia porque guarda un rastro demasiado claro del militarismo. De acuerdo. Pero también la hemos provisto con otros significados, en especial con los relacionados con el compromiso colectivo. Militante no era quien defendía una causa por su cuenta, en abstracto ni de forma teórica; ni quien se posicionaba a favor de unas ideas en la panadería, en el bar o entre compañerxs de trabajo. Militante era quien iba a pegar carteles; quien participaba en las reuniones; quien, sacando ratos del tiempo libre, metía horas intentando construir algo colectivo. Ser militante era y es pertenecer a un grupo. La militancia de los movimientos sociales, además no es como la de los partidos políticos, donde se busca el premio de los votos. Nuestra militancia es a cambio de nada.
En la línea que planteaba Miren Aranguren (Nigandik hasita, Berria, 24/02/2016), muchas pensamos que el quiz de la cuestión está en el compromiso colectivo. Pero, como ella misma indicaba, nuestra sociedad cada vez es más individualista. También parece claro (preguntad a los obispos) que es más hedonista. Las feministas somos hedonistas, ni que decir tiene, en la medida que defendemos el placer, y hemos tenido que defender también a menudo que las mujeres somos individuos. Al mismo tiempo, la palabra “compromiso” nos trae una serie de ecos, no muy del gusto de las personas hedonistas, vinculados a los conceptos de obligación, de responsabilidad, de hacerse cargo. Demasiadas huellas para nuestro cuerpo de la tradición judeocristiana que rechazamos con entusiasmo. Genial. Ya tenemos los principales ingredientes para promover el activismo individual en detrimento de la militancia colectiva. Tal vez por ahí se vislumbran algunas de las razones del desprestigio del compromiso colectivo que menciona Aranguren.
Al concepto de activismo le veo yo semejanza, de alguna manera, con los happenings y las performances en el terreno del arte. Es más individual que la militancia. Más posmoderno. Más ligero. Más llevadero. En el activismo no tiene porqué haber continuidad. Puede darse de vez en cuando, en función de las ganas. Para ser activista no tengo porqué ponerme de acuerdo con nadie, mucho menos a largo plazo, conmigo misma es suficiente, o con mis amigas más próximas. En último término, en la sociedad líquida pueden organizarse acciones de forma suelta y puntual, una aquí, otra allá, sin demasiada conexión. No estoy diciendo, claro, que no deba haberlas (concretamente performances o activismo feminista), estoy diciendo que considero necesario también el compromiso colectivo. Es decir: actuar como miembro de un grupo (en caso de quererlo, claro). Estoy hablando de la idea que estaba detrás de aquel eslogan feminista “Mujer, organízate y lucha”. Eso es lo único que puede construir un movimiento social influyente y efectivo. En los momentos de gran efervescencia mucha gente se acerca, pero hay otros muchos intervalos de tiempo en los que los focos se apagan, la atención mediática desaparece, y ahí también es necesario mantener los rescoldos. En caso de así quererlo, claro, se trata de una decisión personal, pero que sólo puede materializarse y tomar cuerpo ante un colectivo, en un grupo. El compromiso puede cambiarse, por supuesto, o suspenderse (no desde luego de cualquier manera, ni tratando desconsideradamente al grupo o a las personas que lo forman). La militancia tendrá similitudes con el activismo y con el voluntariado, pero no se confunde con ninguno de ellos.
Como decía Aranguren, las feministas nos hemos desplegado por numerosos espacios, y eso es algo de lo que alegrarnos. Es a la vez causa y efecto de la propagación del feminismo. Estamos en multitud de campos y profesiones, y hemos de llegar a muchas más todavía. Pero no deberíamos confundir nuestra postura personal en distintos espacios (cuando vamos a por el pan o en el trabajo) con la militancia. Esta es más intensiva. Planificada. Estratégica. Acordada en grupo. La militancia no puede consistir sólo en rellenar el tiempo libre con actividades interesantes para enriquecer la vida personal. La militancia plasma el giro que el feminismo proclama en la definición de lo político. Supone una implicación en lo común, en lo que es de todas. No de forma puntual, hoy sí pero mañana me voy a la playa (habitual dilema de muchas militantes hedonistas). De nuevo, las palabras de Aranguren: “Aunque empiece en cada una, la acción ha de implicar interrelación”. A la fuerza. La clave de la política del Movimiento Feminista está en trabajo colectivo. Hay cosas que sólo podremos hacer en comú. No al modo de un rebaño, por supuesto, las feministas somos muy mal mandadas; únicamente mediante una participación activa y crítica. Empezando por mí, siguiendo por nosotras.