Compartimos el artículo de nuestra compañera Beatriz Azpiri publicado en Pikara Magazine.
La histórica huelga del 8 de marzo de este año, ha sido no solo la consolidación de lo que ya vimos el año pasado, que en la sociedad vasca ha prendido el feminismo, sino que se ha dado un salto cualitativo con un mensaje radical. Porque poner las vidas en el centro no solo visibiliza los trabajos de mantenimiento de la vida que han hecho y hacen las mujeres y pide un reparto equitativo de los mismos, sino que también conlleva la exigencia de un cambio de sistema. Exige el fin del patriarcado capitalista que oprime, empobrece, mata a las mujeres y destruye el planeta. Exige sustituirlo por un sistema que priorice el mantenimiento de la vida a la acumulación del capital. Un sistema económico feminista, justo y sostenible.
El 8 de marzo, miles y miles de mujeres llenaron las calles en una huelga y unas manifestaciones masivas y radicales. No fue por casualidad, sino el resultado de décadas de trabajo del movimiento feminista que en los últimos años se ha hecho más global, más transversal y ha permeado toda la sociedad. Luchas y debates que han hecho que hoy el feminismo sea un interlocutor político necesario y que marque agenda. Y las nuevas generaciones se han sumado multitudinariamente, aportando al movimiento músculo y fuerza; demostrando que hay relevo, y que el feminismo tiene mucho futuro. Me gusta pensar que mucho más que el patriarcado y que el capitalismo (que van a caer). Por eso, las feministas mayores, las que ya vamos pensando en el legado que dejamos, no pudimos evitar una sonrisa emocionada en la manifestación de Bilbao del 8M al ver a las niñas llevando una pancarta que reivindicaba el patio escolar como espacio propio.
Porque el futuro será feminista. Si es que hay un futuro.
Y es que como contrapunto al hermoso legado feminista, el legado que dejamos a nivel ambiental es desolador. Ya nadie niega el calentamiento global del planeta cuyos resultados catastróficos estamos empezando a sentir y que está trayendo el aumento de eventos climáticos extremos que provocan mucha muerte y destrucción. Indignadas, jóvenes activistas han creado un movimiento global contra el cambio climático que comparte con el feminismo la exigencia de un cambio de sistema radical que priorice la vida, que no les robe el futuro. Y piden medidas eficaces porque no queda tiempo. La ONU en su demoledor informe daba 11 años para revertir el cambio climático si se tomaban medidas drásticas, urgentes y globales. Ya vamos tarde en la sustitución de los combustibles fósiles por energías renovables, y ni siquiera se están cumpliendo unos objetivos que sabemos que son insuficientes. Greta Thunberg y las demás jóvenes activistas del cambio climático acusan de inacción, no solo a la clase política sino también a la sociedad civil por no haber tomado las medidas necesarias para evitar la catástrofe aun sabiendo desde hace décadas cuáles serían las consecuencias. Y eso nos interpela a las feministas de manera triple: porque somos sociedad civil, porque hacemos política y porque decimos que queremos un sistema que priorice la vida frente al capital.
La lucha por frenar el cambio climático también es feminista. Nada nuevo: el ecofeminismo es parte del movimiento feminista desde hace más de 50 años. En aquellas primeras épocas aparecía quizás como un tanto esencialista, y tal vez por eso quedó algo relegado, aunque su diversidad actual y la urgente necesidad de frenar el cambio climático está alterando esto. Porque no es una lucha solamente de ecofeministas, es una lucha feminista en general, que pone la vida en el centro. Yayo Herrero afirma que el calentamiento global está repercutiendo de manera más negativa en las mujeres que en los hombres y que los datos muestran que cuando se producen desastres naturales mueren más mujeres que hombres. “En los eventos climáticos extremos en países de corte capitalista, quienes pierden las casas, quienes se quedan fuera del sistema y quienes pierden la vida, son las personas que tienen peores condiciones de vida”. Y ya sabemos que el sistema patriarcal se encarga de que esas personas seamos nosotras, las mujeres.
Seguramente no es casualidad que el incipiente movimiento global de jóvenes contra el cambio climático esté liderado por mujeres, y sean también en su mayoría mujeres jóvenes las que lo constituyan. En Europa Greta Thunberg y en Estados Unidos Alexandria Ocasio-Cortez son quizá las más conocidas. En Latinoamerica la lucha antiextractivista es también una lucha liderada por mujeres; algunas incluso han sido asesinadas por este activismo.
Por eso, también para el feminismo, es el momento de pasar a la acción y frenar el calentamiento global tomando medidas radicales y urgentes. Es pues el momento de incorporar en nuestras reivindicaciones medidas efectivas contra el cambio climático y de apoyar al movimiento de jóvenes por el clima con el músculo y la fuerza del feminismo. De crear un modelo justo y sostenible que sustituya al patriarcado capitalista y que ponga la vida en el centro. Porque si hay un futuro será feminista.
Pero para que haya un futuro y para habitar un planeta en el que la vida sea vivible, además de la lucha política tendremos que cambiar algunos hábitos personales porque, como ya sabemos, lo personal es político. El feminismo nos exige una vez más, un cambio de vida. Un cambio en nuestra forma de consumo que saque de nuestras vidas combustibles fósiles y plásticos. Al principio no será fácil. Pero no es solo una necesidad política, sino también ética, además de un reto imaginativo y empoderante.
Pasemos a la acción, compañeras.